Antonio R. Naranjo
No conozco las interioridades de la Cadena Ser, aunque lleve colaborando en ella, en distintos programas pero especialmente en El Foro, desde los tiempos de aquel hombre primitivo que inventó el pitillo y al no poder disfrutarlo descubrió el fuego: suele ocurrir que un detalle menor, en principio irrelevante, derive en un acontecimiento histórico de consecuencias endémicas.
En 'Momentos estelares de la humanidad', el gran Stefan Zweig narra varios de ellos, desde la caída de Constantinopla hasta la derrota de Napoleón o las genialidades de Goethe: una simple puerta abierta, un enamoramiento púber en la senectud o un general despistado terminan por cambiar el rumbo de los acontecimientos, y no siempre para mal.
La Ser, decía. Algo ha cambiado también. Una parte se explica por la nostalgia del cuarentón que, como oyente desde la infancia y tertuliano desde la juventud, echa de menos el eco de sus propias voces, de esos sonidos que conforman la memoria como el olor de las croquetas en la cocina maternal: esa parte no es relevante, cualquier tiempo pasado fue mejor cuando fue bueno y peor cuando salió malo.
Pero es más objetiva la falta de nervio, la pérdida de buenos profesionales, la ausencia de autocrítica, la sordera ante el talento y, en fin, la falta de relato, el escaso pellizco y la insuficiencia intelectual. Pasa en todos los lados: es más útil el leal que el bueno, pero termina por salir más caro.
La Ser debería asumir una cuota de la responsabilidad de cambiar éste nuestro país, amiguitos, pero me temo que sólo acepta una parte de la conveniencia de intentar que no se transforme demasiado, renunciando a causas que podrían y deberían ser suyas para que prosperaran con éxito: no es progresista defender el Estatuto de Cataluña; tampoco lo es renunciar a una reforma laboral mientras sube el paro; no lo es en ningún caso mitigar el efecto y las razones auténticas del disparatado incremento del IVA; para nada lo es confundir la identidad de un territorio con los derechos de las personas; no lo es para nada distinguir entre Irak y Afganistán y, entre mil ejemplos que se me vienen a la cabeza, no lo es cobijar o mirar para otro lado en lugar de defender, ardorosamente, la imprescindible reforma de la Administración con la confrontación que sea menester con los partidos políticos y sindicatos que la pueblan de más chiringuitos de los existentes en la Costa del Sol.
Nada de esto es progresista, pero lo parece por un silencio o un susurro que convierte en reaccionario o directamente facha a todo aquel que lo defiende, obviando la trompetería de medio pelo que contesta a los argumentos con descalificaciones personales: a la Ser le puede pasar como a la Universidad o a la Iglesia, las dos instituciones que han hecho de la liturgia y el pasado una forma de supervivencia vacía de discurso, pero envuelta en delicado papel dorado.
Bueno, que tampoco es plan: de lo que se trata es de que yo lo hago mejor que Francino, pero sangro por la herida. Va a ser eso.
Posdata. Me niego a parecer un viejo rockero en este espacio de glorias que no puede oler a naftalina. Así que dense por criticados, con acritud cercana a la vejación, unos cuantos colegas del Foro. Empezando por Germán y Moncho, y para otro día Manzano. A ver qué os habéis creído, coño.